Volando en libertad, las cigüeñas vuelven cada año a Bonilla de la Sierra. Acostumbradas a elegir los campanarios de las iglesias, se han convertido en un complemento más del paisaje de este pueblo medieval.

La colegiata de San Martín de Tours, del siglo XV, bella morada para procrear, ve incrementar su oferta residencial. Aunque “la oferta turística cigüeñal” se expande por otros lugares con historia. Los restos de la muralla y parte del castillo, testigos mudos de la época dorada de uno de los pueblos más bonitos de España. conforman el amplio abanico de lujo, convertidos en sus “hoteles de cinco estrellas”.

Bonilla espera impasible al paso del tiempo la llegada de sus visitantes. No solo los humanos dan vida a la villa. Estas aves alegran la vista a bonillenses y turistas. Y el oído, con “sus cantos de amor” hacia sus parejas. A menudo silenciosas, tan solo rompen el silencio para saludar a quien comparte su vida o ante un posible peligro. Un sonoro castañeteo producido al entrechocar sus mandíbulas, que acaba con la monotonía. Una bonita banda sonora acompasada por el movimiento de sus cuellos, digna de ver. Al igual que su vuelo distinguido, relajado, surcando un cielo azul impoluto. O planeando bajo un manto de nubes por la parte trasera del palacio, que un día albergó a lo más granado del episcopado abulense o a Juan II, padre de Isabel la Católica.

 

Ávila se está convirtiendo en un lugar en el que el turismo ornitológico está cobrando fuerza. Quién sabe si, con el tiempo, Bonilla de la Sierra puede explotar esta posible baza turística y alcanzar la importancia que hoy tiene Malpartida de Cáceres, que cuenta con una de las colonias urbanas de cigüeña blanca más grandes de Europa. O si se pudieran llevar a cabo iniciativas como la que han puesto en marcha SEO/BirdLife, en colaboración con el Ayuntamiento de en Alcalá de Henares, en la que todos aquellos que quieran pueden ver la vida en directo del nido durante 24 horas, a través de una webcam. La idea ya ha superado el millón de visitas.

En breve volverán a abandonar sus nidos y se irán. Pero Bonilla seguirá esperando a sus cigüeñas, como a un bonillense más, mientras siguen volando en libertad.

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