Cuando vivimos o visitamos un lugar nos cuesta verlo con los ojos del pasado. Lo que hoy es, ayer no existía o lo hacía de otra manera. Y lo que hace siglos era importante, a veces, en el presente, pasa inadvertido. Esto es lo que ocurre con las tumbas de Pajarejos.
La provincia de Ávila cuenta con más de 60 yacimientos de tumbas excavadas en roca, datadas entre el siglo VI (periodo visigodo) y el siglo XI ( Alta Edad Media).
Pajarejos, un pequeño pueblo abulense perteneciente al municipio de Bonilla de la Sierra, es uno de esos enclaves. En él “reposan” cinco sepulcros. Cuatro conocidos como “La viña de los moros”: uno fusiforme (en forma de bañera), uno rectangular y dos antropomorfos (presentan una planta con forma humana, con el espacio justo para la colocación del difunto y un estrechamiento para forzar que la cabeza repose mirando hacia el frente). Diferentes formas de enterramientos que los arqueólogos ignoran a qué puede deberse pero que conviven a la perfección.
El quinto, una tumba aislada en un lugar conocido como “Cerro de San Benito”.
El arqueólogo Jesús Caballero, que dataría a las mismas entre los siglos X y XI, señala que el nombre vendría, en el caso de La viña de los moros, “porque habría una viña. De los moros podría derivarse de maurus, Mauritania, aunque, según un término céltico significaría espíritu, por lo que sería la viña de los espíritus o la tumba del espíritu”, especifica.
En cuanto a la del Cerro de San Benito señala que cuando hay un topónimo que se refiere a un santo, suele deberse a que en ese lugar pudo haber una ermita, hoy desaparecida. Si bien reconoce que esto es solo una hipótesis.
El problema del saqueo
Las tumbas de Pajarejos están vacías. Un problema con el que se encuentran en casi todos los casos porque al estar visibles han sido saqueadas y expoliadas hace siglos, reconoce. Algo que también dificulta conocer el ritual que se seguía, aunque lo intuyen “porque el ritual cristiano de enterramiento es muy sencillo: las tumbas se orientarían con la cabeza al oeste y los pies al este para que el difunto mirase hacia Jerusalén. El cuerpo se colocaría boca arriba, con los brazos extendidos o flexionados en posición orante. Y sin ajuar porque el cielo es un cielo inmaterial, por lo que los objetos terrenales no proceden”, especifica.
Y, aunque cinco puede parecernos un número pequeño, Caballero resalta que en la mayoría de lugares en los que se han encontrado sepulturas excavadas en roca suele haber incluso menos, siendo muy pocos los enclaves en los que hay más de 20, algo que también están estudiando.
Sepulcros de prestigio
Son sepulcros “de categoría social”, sostiene, “de prestigio”. “Un espacio en el que se enterraba a alguien, que no sabemos quién era, pero que no podemos entender como el cementerio de un poblado”.
Cabe preguntarse a qué pueblos se asociarían las tumbas de Pajarejos pero el arqueólogo responde que no tienen la respuesta a esta pregunta. “No hemos encontrado todavía el hábitat al que podrían asociarse”, comenta. Pero sí asegura que tienen un gran valor histórico, por lo que considera que “tendrían que estar más cuidadas. Llevar a cabo una labor de limpieza e instalar señales explicativas”, al tiempo que advierte que cualquier cosa que se quiera llevar a cabo relacionada con Patrimonio, tiene que tener un permiso del Servicio Territorial.
Tal vez cuando veamos las tumbas de Pajarejos nuestra mente retroceda hacia ese momento en el que, en tiempos de la invasión musulmana, el norte del Sistema Central, aunque contaba con muy poca población, había aldeas que seguían habitadas. Y estos enterramientos formaban parte de ellas. Pajarejos como tal no existía, sería, tal y como admite Jesús Caballero, un pueblo de repoblación que surgiría a finales del siglo XI o principios del XII.
- Fotos de Javier Parra y Bienve Frutos
