El halo de los obispos abulenses planea sobre Bonilla de la Sierra desde que, en la segunda década del siglo XIII, La Corona donara la villa al obispo Domingo Blasco. Casi un siglo después el obispado, de la mano de Sancho Blázquez Dávila, decidió fortificar el pueblo. Así se desprende del documento “La casa y corte del obispo abulense Sancho Blázquez Dávila: un modelo curial episcopal castellano a mediados del siglo XIV”, elaborado por Francisco de Paula.

Dávila, además, quiso dejar su impronta con su escudo de armas en la Puerta de la Villa. Desaparecido en la actualidad.

Elegido como lugar de residencia estival, algunos, como Miguel Fernando Merino (1766 -1781), alargaron tanto su estancia en el palacio que, según crónicas de la época, fueron criticados por no abandonar Bonilla durante casi todo su mandato.

Otros como Martín Vilches, Alonso de Madrigal (El Tostado), Pedro Temiño o Rodrigo Antonio de Orellana murieron en la villa. Los dos primeros con tan solo 14 años de diferencia, en el siglo XV. El último en 1822. Y Temiño en el siglo XVI, siendo enterrado en el convento bonillense de los Franciscanos Menores Descalzos. Así se pone de manifiesto en el trabajo llevado a cabo por Jesús Moya “Pedro Temiño: De inquisidor a obispo, pasando por Carranza. Apuntes para el retrato de un amigo de Garibay”.

El paso del tiempo y de los sucesivos moradores hicieron necesarias varias reformas en el palacio, que fueron llevadas a cabo por Sancho Blázquez Dávila en el siglo XIV, Diego de Álava y Pedro Fernández Temiño en el siglo XVI, Bernardo Atayde de Lima Perera en el siglo XVII y José del Yermo y Santibáñez y Julián Gascuña en el siglo XVIII.

No podemos olvidar el importante papel que jugó Lope de Barrientos en 1440, al dar amparo en este municipio al rey Juan II de Castilla, en sus disputas con los Infantes de Aragón.

Ni del sínodo episcopal que convocó, en 1384, Diego de los Roeles. Un sínodo más de carácter administrativo que reformista, como se recuerda en la obra “Synodicon Hispanum, Ávila y Segovia. Volumen VI”. Edición a cargo de Antonio García.

En el estudio “Contribución al estudio de la reforma católica en Castilla: el sínodo de Ávila de 1481”, llevado a cabo por José Antonio Calvo, se menciona que el de Bonilla no contiene medidas discriminatorias para los judíos de Ávila.

En el mismo texto también se hace referencia a que el obispo Alonso de Fonseca dio poder al deán abulense Alfonso González de Valderrábano y a los canónigos Alfonso Martínez y Juan de Rivas para que en su nombre, junto con el cabildo de la catedral, pudieran crear y erigir en éste un nuevo arcedianato, el de Bonilla de la Sierra, que estaría sometido a determinadas condiciones, como la de no tener parte en la mesa capitular. (En el siglo XV un arcedianato era el territorio en el que tenía jurisdicción un arcediano. El arcediano era un canónigo que ejercía jurisdicción bajo las órdenes de un obispo en una parte de la diócesis).

En definitiva, seis siglos, del XIII al XIX, en los que 60 hombres, con una gran autoridad eclesiástica y tan vinculados a la corona que se convirtieron en sus mejores consejeros, aportaron, en diferente medida, su propia personalidad a un pueblo que hoy sigue mostrando los vestigios de su estancia en estas tierras. Y continúa guardando celosamente los secretos de una gran época entre los muros derruidos de su castillo.

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