Miré a mi alrededor y no vi nada más allá del paisaje que me rodeaba. Admiré la belleza intacta y me acostumbré a ella. Hasta que apareció él: el lobo con piel de cordero que trastocó mi vida. La de los míos. La de la comunidad entera.
Se acercó poco a poco. Tan lento y sigiloso que durante años no percibimos su presencia. Hasta que un día alguien alertó del peligro. Los pueblos se unieron buscando una protección común: librarse del depredador que pretendía arañar cada palmo de tierra. Pero él, en su afán de ganar terreno, mostró su mejor cara. Engañó a algunos y cambió su discurso: más amable, más dulce. Más irreal e irrisorio para los que conocemos la realidad futura.
En esos días aprendí a observar de manera diferente. A valorar cada pequeño tesoro de nuestros pueblos. A mirar al enemigo de frente. Y a preparar la estrategia perfecta.
El lobo con piel de cordero debería dejar a un lado su disfraz. Le delataría su aullido, allá en la lejanía. Los lobos aúllan. Los corderos balan. Y eso es algo que haremos juntos. Balar tan alto, tan fuerte, que ahogue su aullido.
Sabemos que, como cazador, él y el resto de la manada intentarán cerrar el círculo alrededor de su presa, que somos nosotros. Nos atacarán sabiendo nuestras desventajas estudiadas, nuestra debilidad presunta. Tal vez no contaron con los perros guardianes, fieles compañeros que protegen de los depredadores al ganado. O tal vez sí. Quizá, ante un ataque de frente, vuelvan a su guarida para aparecer de nuevo. Se mantendrán en silencio, pero siempre vigilando el territorio.
Volverá la lucha desigual. Ya ha vuelto. David merece volver a ganar a Goliat para disfrutar de su tierra. Para volver a soñar con nuestro refugio dorado. Este maravilloso municipio llamado Bonilla de la Sierra.
Siempre hay mastines para defender al rebaño.
Lo peor son las bajas que ocasiona el «lobo» 😳