Bonilla de la Sierra espera al turista, consciente del tesoro que esconde. Sabe que cuando llegue, avanzará sigilosamente por cada uno de sus rincones. Intentará atrapar en un segundo siglos de historia. Y compartirá estos momentos, devolviendo a este pueblo, uno de los más bonitos de España, la grandeza que un día tuvo y hoy intenta recuperar.

Bonilla permite que el turista recorra sus calles, inundando de vida cada lugar por el que transcurre. Sin planos ni guías. Tan solo con las recomendaciones de los sabios del lugar. Aquellos que nacieron en esta villa y siguen fieles a la misma.

La paz de esta villa invita a refugiarse en un tiempo sin horas. A sentir un soplo de aire fresco en medio del estrés. A ser analógico por unos momentos, para sentir que nada ni nadie puede alejarnos de la felicidad anhelada.

Y cuando el turista se vaya, Bonilla se dará cuenta, una vez más, de lo efímero del momento. Tal vez ese sea el elemento mágico que le hace tan especial. Y Bonilla le seguirá esperando, aun a riesgo de que no aparezca hasta dentro de no se sabe cuándo. Pero con una certeza: la de que es y será siempre su anhelado turista.

 

 

 

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